Wolfgang Mozart (1756-1791): El niño prodigio
Wolfgang parecía una figurita de porcelana. Iba vestido de casaca roja con bordes de oro. Una peluca empolvada en la cabeza y una espadita en la cintura. Hizo una reverencia ante los emperadores de Austria, se sentó todo serio ante el piano y empezó a tocar.
Los dedos del niño volaban sobre las teclas como pajaritos. La música cantaba y chispeaba, llenando el salón de melodías maravillosas.
El pequeño Mozart brincó de su asiento, y la Emperatriz de Austria lo estrechó en sus brazos. El la besó solemnemente.
- ¡Qué maravilla! Qué arte hay en este niño…
Wolfgang tenía entonces 6 años, pero ya era casi un “veterano” de la música. A los 3 años ya tocaba el clavicordio. A los 4 compuso sus primeras obras. Y a los 7 ya había asombrado a las cortes de Austria, Francia, Inglaterra y Alemania.
“Cuando estabas ante el teclado”, le contaba más tarde a su padre, “nadie se atrevía a hablar”. Cuando se hundía en su música “tenía el pensamiento muerto para todo lo demás. Hasta sus juegos tenían que ser con música. Si no, no le interesaban”.
He aquí el aviso de un concierto que dio en Alemania:
“…el niño, que tiene 7 años, interpretará conciertos de los más grandes maestros en el piano. Además, acompañará sinfonías al clavicordio con las teclas cubiertas por un paño, para probar que toca con la misma facilidad aunque no las vea. Reconocerá cualquier combinación de notas tocadas en cualquier instrumento. Finalmente, improvisará en el órgano en las claves más difíciles que puedan imaginarse, durante todo el tiempo que desee…”
A los 12 años, ya había escrito sonatas, conciertos, serenatas, misas, canciones…de todo. Sólo le faltaba componer óperas. Y entonces compuso dos: una de puro estilo italiano (cómica y loca) y otra (bien seria) de estilo alemán.
Su memoria musical era increíble. Un día estaba en Roma, en la capilla del Papa. El coro interpretaba el “Miserere”. Por orden del Papa, esa obra sólo se podía interpretar allí, y la única partitura del mundo estaba allí. Pero Mozart quería tener esa partitura. ¿Qué hizo? Al llegar a la casa escribió todo el “Miserere” (una obra larga y complicada) de memoria. Tenía entonces 13 años.
Un fruto que madura en el árbol antes que los otros es un fruto precoz. Mozart fue el músico más precoz que ha existido jamás. Un prodigio es un milagro. Mozart es un verdadero niño-prodigio. Un “niño-milagro” de la música.
Muchos niños prodigio llegan a grandes y ya no siguen madurando. A Mozart no le ocurrió así. El niño-prodigio se convirtió en el hombre-prodigio, el fruto cada vez más maduro y más milagroso.
Lo aprendió todo. Todos los estilos, todos los instrumentos. Conoció muy bien las obras de Bach y de Händel. Era amigo personal de Haydn, y le dedicó seis cuartetos impresionantes, revolucionarios, que el público de entonces no podía comprender todavía. Haydn escribió así al padre de Mozart:
“Yo os aseguro ante Dios que vuestro hijo es el compositor más grande que he conocido”.
¿Fue feliz… o un desgraciado? Es difícil contestar. Digamos que por fuera fue muy desgraciado. Como todos los músicos, tuvo que ser un criado. Tuvo que ponerse a sueldo de un “gran señor” y componer lo que él le mandaba. Nadie recuerda hoy el nombre del “gran señor”, pero sí se recuerda que botó a Mozart de su palacio a patadas. Pasó mucha miseria, fue muy desgraciado en su matrimonio, estuvo muy enfermo, y murió muy joven. Nadie fue a su entierro, ni siquiera su esposa. Y echaron su cuerpo a la tumba de los pobres, sin un letrerito siquiera.
Pero por dentro fue siempre muy feliz. Porque nada nos hace más felices que crear, y la mente de Mozart “estaba creando constantemente, sin interrupción”. Cuando escribía su música en el papel no hacía sino copiar lo que oía, el milagro que estaba ocurriendo en el centro de su espíritu. No hablaba con palabras, sino con música. Creaba música para expresar su rabia, o su amor, o su miedo, o su entusiasmo, y lo decía todo “de la manera más conveniente y natural”. Debió ser (por dentro) muy feliz, porque su música está llena de amor: hacia la gente, hacia el mundo, hacia la vida.
Escuche bien su música. Fíjese sobre todo en la melodía. “La melodía es la esencia de la música”, decía. Si la escucha bien usted también se sentirá (por dentro) muy feliz.
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